LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Sunday, December 31, 2006

HASTA EL 2007


El equipo entero de LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA se unió en esta foto para ofrecer sus buenos deseos para el próximo año. Saludamos la presencia de más colaboradores como Javier Muñoz y la colaboración especial de Alonso Izaguirre, periodista de Perú.21, la cortometrajista Gisella Barthé y el cineasta Raúl del Busto.
A falta de once meses para que esta página desaparezca, agradecemos a lectores amigos y enemigos por seguirnos.

Ahora, vacaciones.


LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

BALANCE 2006


LO MEJOR Y LO PEOR DEL AÑO QUE TERMINA
según nuestros redactores


DÍAZ, ROBINSON
Las mejores películas del año:
Flores Rotas, de Jim Jarmusch
Una Historia Violenta, de David Cronenberg
Primavera, Verano, Otoño, Invierno... y otra vez Primavera, de Kim Ki-Duk
Volver, de Pedro Almodóvar
Hipnosis Mortal, de Park Chan-Wook

Las peores películas del año:
Mariposa Negra, de Francisco Lombardi
Crash, de Paul Haggis

Mejor película nacional:
Madeinusa, de Claudia Llosa

Peor película nacional:
Mariposa Negra, de Francisco Lombardi

Observación: No he visto Good Bye Pachacútec, Peloteros ni Talk Show, pero creo que Mariposa Negra reúne las condiciones necesarias para ser considerada la peor película del año.
GUERRA, CÉSAR
Las 10 mejores películas de la cartelera comercial (por orden de preferencia):
1. Una historia violenta, de David Cronenberg.
2. Días de Campo, de Raúl Ruiz.
3. Primavera, verano, otoño, invierno... y otra vez primavera, de Kim Ki-Duk.
4. El niño, de Jean Pierre y Luc Dardenne.
5. El nuevo mundo, de Terrence Malick.
6. Old Boy, de Park Chan-Wook.
7. Volver, de Pedro Almodóvar.
8. Flores rotas, de Jim Jarmusch.
9. Los Infiltrados, de Martin Scorsese.
10. Match Point, de Woody Allen.

Títulos del circuito cultural (sin orden de preferencia):
1. Lejano, de Nuri Bilge Ceylan.
2. A las 5 de la tarde, de Samira Makhmalbaf.
3. Vuelvo a casa, de Manoel de Oliveira.
4. Buenos días, noche, de Marco Bellochio.
5. L´esquive, de Abdel Kehiche.
6. Tropical Malady, de Apichatpong Weerasethakul.
7. Los próximos lejanos, de Lorena Muñoz.
8. Sangre, de Amat Escalante.
9. Ganarse la vida, de Joao Canijo.
10. Toro negro, de Pedro Gonzáles-Rubio y Carlos Armella.
11. En el hoyo, de Juan Carlos Rulfo.
12. Un hombre de más, de Paolo Sorrentino.
13. Las 29 palmas, de Bruno Dumont.
14. La promesa, de Luc y Jean -Pierre Dardenne.
15. La flor del mal, de Claude Chabrol.
16. La dama de honor, de Claude Chabrol.
17. Fantasma, de Lisandro Alonso.
18. La perrera, de Manolo Nieto.
19. El adversario, de Nicole García.
20. Los motivos de Chéjov, de Kira Muratova.
21. El séptimo continente, de Michael Haneke.
IZAGUIRRE, ALONSO

No hay orden de jerarquía, ni de importancia. Cada una de las 10 películas tiene lo suyo.
¿Qué es el cine? Reflexión a través de las imágenes. Estoy convencido de ello.
Respetemos a los autores.
Ellos son.
El niño, de los hermanos Dardenne.
El niño es el registro de la desgracia personal de un joven. Por suerte, su desdicha no es una retahíla de lugares comunes del drama. El fino trabajo de los Dardenne opta por un realismo al cien por cien para construir una tragedia y dejar a un lado los tremendismos, los llantos desbocados o los gritos elaborados con el único fin de angustiar al espectador.

Los euros al tacto de los dedos, y las voces contando las billetes, adquieren una resonancia inaudita en este filme. ¡Dios!

Una historia violenta, de David Cronenberg.
Buen inicio de un discreto año cinematográfico. Cronenberg revisita sus obsesiones, que van del sexo a la muerte. Compulsivo extremista que se mantiene al margen de las modas, y un creado innato que sobrevive a Hollywood.
Primavera, verano, otoño, invierno, y otra vez primavera, de Kim Ki-duk.
Las estaciones muestran el desarrollo vital de un joven monje hasta el punto máximo de su degeneración –a consecuencia, sorprendentemente, de un sentimiento tan humano como el amor–.
Pero el tiempo es cíclico y la vida le dará al aprendiz una oportunidad de salvación para convertirse en maestro.
Filmada con una sencillez y delicadeza envidiables.
Qué más se puede pedir...
Silencio.
Flores rotas, de Jim Jarmusch.
O Bill Murray consigue madurar con el desencanto.
De los trabajos más ligeros y de fácil acceso que el cineasta estadounidense tiene en su obra. ¡Pero vale la pena, cómo no!
Días de campo, de Raúl Ruiz.
El surrealismo y el absurdo ayudan a que el presente vaya hacia el pasado.
O que los vivos parezcan estar convencidos de su muerte.
Nada más hay que decir sobre esta película.
Macht Point, de Woody Allen.
La vida es una conexión de casualidades que labran el camino del hombre sin que este tenga determinación sobre su existencia. Nadie emite juicios de valor en esta historia. Nadie, y el irlandés protagonista mata para ‘construir’ su futuro. Y Woody deja que su cámara lo filme tranquilamente, provocando desconcierto. Me parece.
Secreto en la montaña, de Ang Lee.
Dolor. Amor. Hombres. Humanos.
Filmar con extrañeza y humildad, es filmar con sabiduría.
Homosexualismo en la montaña desde la óptica de un chino en Norteamérica.
El nuevo mundo, de Terrence Malick.
Balada que, por momentos, alcanza niveles de ritual.
Las imágenes de El nuevo mundo reflexionan sobre la fijación de Malick: el paraíso.
Y en el paraíso que los nativos pueblan el capitán Smith encuentra la felicidad y la verdad, porque allí se vive en medio de la franqueza, y la envidia no tiene lugar. Ideas que el capitán cree inexistentes en el mundo ‘civilizado’ y ‘cristiano’ del que proviene. ¡Ja!
Buenas noches y buena suerte, de George Clooney.
Clooney a sus connacionales, sin modales panfletarios: Ya hubo quien humilló nuestros derechos en una oportunidad, no permitamos que vuelva a suceder. Y filmada en blanco y negro, todavía.
Paraíso ahora, de Hany Abu-Assad.
Por momentos, visión burlesca de las razones que terroristas de un solo día, lo que la salva de ser un canto de solemnidad que apoya lo irracional.
Por momentos, tragicomedia que reflexiona sobre uno de los conflictos más difíciles de historia de la humanidad.
BONUS
Vida en pareja, de Francois Ozón.
La historia avanza retrocediendo en el tiempo.
La primera escena es de tonalidades frías y muestra la consolidación oficial del divorcio de Gilles y Marion: el presente. Sus rostros demacrados parecen cuadros de Lucien Freud y un opresivo silencio ambiental rodea sus movimientos.
La última escena. Gilles y Marion ingresan juntos al mar –‘de corrientes peligrosas’–, convencidos de su amor: es el pasado. Crueldad.


Quiero aclarar que este año me ha parecido sumamente discreto. Lo bueno han sido los cineclubes como El Cinematógrafo o La Ventana Indiscreta. Sus iniciativas promueven la cultura cinematográfica para que todos nosotros podamos tener algo en el espíritu. La muestra de Cassavettes, o de Ver o no ver en el local barranquino, son unas pinceladas de la buena voluntad de personas que creen religiosamente en el cine. Los cineclubes son nuestra última esperanza.
Nota: HAGO USO DE MI LIBERTAD. NO QUISE HABLAR DE CINE PERUANO. ES MI POSICIÓN.
VÍLCHEZ, FERNANDO
Lo mejor:
1. La presencia de las coproducciones nacionales en festivales y concursos del mundo: los premios obtenidos por Claudia Llosa, Josué Méndez, la presencia de Chicha tu madre, los honores a distintos documentales peruanos. No importa que el exotismo esté de moda, cada nuevo logro conseguido ayuda a que el nombre de un país tan extravagante como el nuestro empiece a significar… algo, aunque no sepamos bien qué es.

2. La campaña que llevó el nombre Perú en Pantalla. Mientras los literatos mantienen ególatras disputas y los pintores se celaban por el nombre de una galería, el medio cinematográfico hizo una aparición pública de manera unida, aunque sin alcanzar los resultados esperados, debido aún a la poca presión que podemos ofrecer. La campaña debería seguir ahora, con medidas más drásticas.

Lo peor:
1. Papelones a los que ya nos estamos acostumbrando… Como Lombardi, dándole un nuevo significado al término “estreno mundial”, presentando una copia no final, mostrando poco respeto al público de un Festival plomizo. O como Cipriani, condenando a los infiernos a todo ingenuo que cayó en las redes de El Cólico Da Vinci, opiniones episcopales que valen tanto para nosotros como valen para él los derechos humanos .

2. Excesivo entusiasmo en este medio para todo: cualquier película regular es de pronto “notable”, cualquier evento desorganizado es el “suceso del mes”. El dinero del CONACINE salvará el cine peruano = Falso. Nos faltan héroes = Verdadero. Esta actividad necesita mayor reflexión, en todos sus pasos.

Los cine-clubs:
El cine de Kieslowski, Ceylan y la familia Makhmalbaf (Ventana Indiscreta). Los ciclos asiáticos, proyecciones de Pink Flamingos y Saló, la muestra entera de Ver o no Ver (Cinematógrafo). Revisión de Ozu, Leonardo Favio y El séptimo continente, de Haneke (Cayetano Heredia). Constante programación de videos nacionales, proyecciones de largometrajes de provincias y cortometrajes locales (Cafae). Lo más óptimo: Ir a Polvos Azules y hacer tu propio cine-club... Ah, la Filmoteca, ¿existe?

Cortometrajes:
Recopilen los siguientes: Fierros, de Gonzalo Benavente. El desahogo, de Gisella Barthé. Maravillosamente distintos, de Mauricio y Luis Esparza. El Chalán, de Alberto Matsuura. Engañaron a algunos: Xp, de Christopher Day, Los Santos, de Gonzalo Otero, Un tal Nacho, de Sergio Barrios.

Largometrajes Internacionales:
¡Una historia violenta es una obra maestra! ¡Paraíso ahora es una obra maestra! ¡Match point es una obra maestra! ¡Primavera, verano y etcétera es una obra maestra...! Exagerados. Este año vimos películas bien hechas. Y punto. Ninguna será recordada en ningún libro. Algunos detalles: El final levanta Flores rotas, pero malogra El Custodio. Soy fan de los Dardenne, pero parece que Cannes se volvió a equivocar luego de Fahrenheit 9/11 al darle la palma a los belgas por El niño. Decepcionan: Caetano y Almodóvar. Una película para revisar de nuevo: El aura. El ganador del año: habla francés y apareció en Alemania. Tras obsequiarnos una intensa trilogía de partidos –con trágico final-, el mejor cineasta del año fue Zinedine Zidane.
Largometrajes Nacionales:
¿Por qué existe esa fijación en hacer películas sobre animales (Mariposa, Dragones, Peloteros)? Fue un año donde las películas nacionales pasaron sin mayor suerte y solamente sobró buena intención. Madeinusa fue la mejor producción y le permite a su directora continuar en la misma línea con su siguiente película: La teta asustada. Por favor, menos rollo ícono-antropológico-lacaniano esta vez. Y si lo hay, al menos que se sienta.

El adiós:
La dulce Christine Darbon, Christine Darbon, ¡Christine Darbon! se nos fue (Claude Jade). Mucho antes partió el gracioso Nice Guy Eddie (Chris Penn). Juan Pablo Rebella pegó un portazo y se fue en silencio, de madrugada. Horas antes, nos habíamos llenado de tristeza por la muerte de Fabián Bielinsky, aquél que se superó a sí mismo. Al otro lado del océano, Shohei Imamura también había fallecido y meses después Robert Altman intentaría alcanzarlo. Además, Antoine Bonfanti dejó los audífonos, y luego Sven Nykvist bajaría la cámara. Los cinéfilos de todo el mundo lo lamentamos.

EL VIDEO

Julia Hamari interpreta su versión de La Pasión según Mateo, una de las composiciones más hermosas de Bach, utilizada luego como tema central de la película El Sacrificio, último film de Andrei Tarkovski.

LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DOSSIER TARKOVSKI



UNA VIDA ANGUSTIADA


Yo me he pasado la vida
golpeando la puerta
del mundo de los sueños,
espacio donde Tarkovski
se mueve como pez en el agua.
Ingmar Bergman

Su madre trabajaba como correctora en una imprenta y se quejaba de su hijo: había comenzado a estudiar música, y lo dejó. Empezó con el arte; y lo dejó también. Al final se matriculó en el Instituto de Estudios Orientales. Fue su propia elección y sacó notas excelentes. La madre se puso contentísima. Pero Andrei sólo pasó el primer curso. Lo dejó todo a la mitad del segundo. Lo enroló en una expedición geológica en la taiga. Un año después, Andrei ingresó al Instituto de Cinematografía, por voluntad propia, a pesar de la gran competencia que existía para el acceso.

Durante una fiesta exclamó en una ocasión: “¡Dame una cámara y algo de película y sorprenderé al mundo!”. Desdpués de decirlo se calló durante unos instantes para pensar. Más tarde, dijo tranquilamente: “No, no sorprenderé al mundo, no quiero hacer nada…”

Aún muy joven, sin haber dirigido siquiera su película final del Instituto, Tarkovski ya había visitado a la mayoría de los cámaras más famosos de ese tiempo, para ver cómo trabajaban, lo que era visto como un caso de egocentrismo exagerado. En uno de esos encuentros conoció a Vadim Yusov, a quien contrató para su mediometraje La apisonadora y el violín, y con quien luego trabajaría en La infancia de Iván, Andrei Rublev y Solaris.

Andrei era un hombre bajo y nervioso que tenía sus propios complejos. Peor el que no tenía en absoluto era el complejo de inferioridad. No se dejaba dominar por autoridad alguna, sea una personalidad famosa o un alto cargo. En una ocasión Federico Fellini utilizó con él un tono ligeramente paternal y Tarkovski no le siguió el juego.
Fellini: “Vi tu película, Andrei, por supuesto que no toda, porque es muy larga, pero lo que vi era el trabajo de un genio”
Tarkovski: “¿Una película larga? ¿Acaso tiene usted muchas películas cortas? ¡Yo he visto todas hasta el final!”
Fellini: “¡Pero no te enfades! ¡Sé que tú y yo somos genios!”

Artistas de cabecera para el joven Tarkovski: Kurosawa, Confucio, Basho, Akutagawa, Ueda Akinari, Mizoguchi. Después, Bresson.

Le disgustaba profundamente el término “Filme poético” que los críticos colgaban en sus primeras películas.

Nunca iniciaba un rodaje si no estaba todo en su punto óptimo. Se torturaba a sí mismo y a los demás y siempre lograba conseguir que las cosas en su perfecto orden. “¡No comenzaré el rodaje!” le decía enérgicamente al delegado de producción y añadía “Tuviste todo el mes y no hiciste nada. ¡Chapuzas!”.

Anatoli Solonitsyn había trabajado en pequeños papeles de teatro de provincia. Un día leyó en la revista El arte del cine, el guión de Andrei Rublev. Al rato, le dijo a su hermano: “¿Qué dirías si fuera a Moscú, buscara a Tarkovski y le pidiera que me hicera una prueba para la película, para el personaje de Rublev?” Aunque parecía una locura, especialmente porque Tarkovski solamente deseaba usar –lo hizo hasta el fin- actores profesionales, Anatoli pasó las pruebas. Después de largo tiempo le dijeron que su interpretación era demasiado teatral, pero Tarkovski pensó que era algo que podía corregirse durante el rodaje: le importaba más que el espíritu del personaje y el del actor coincidieran. Aunque todo el equipo estaba en contra de la contratación de un actor de teatro de provincia, Tarkovski hizo una última prueba: Reunió las fotos de todos los actores que deseaban el papel de Rublev, se las mostró a los restauradores y les preguntó: “¿Quién es Rublev?”. Sin consultarse entre ellos, eligieron la foto de Anatoli.

Tarkovski exigía a sus actores hasta un extremo emocional. A Anatoli Solonitsyn le sobreexcitaba, le agotaba físicamente, a menudo le reprendía, lo que para Anatoli era insoportable, pues quería mucho al director. Sólo cuando las lágrimas aparecían en los ojos de Anatoli, cuando todos sus resortes internos comenzaban a funcionar, Tarkovski comenzaba a rodar.

No fue casualidad. Cuando Nikolai Burlyayev (el actor que representó al niño Iván y a Boriska, en Rublev) vio la proyección de Solaris, se enamoró de inmediato de la protagonista: Natalia Bondarchuk. Poco tiempo antes, cuando la actriz Bondarchuk pudo ver una copia de la prohibida cinta Andrei Rublev, se enamoró del actor que interpretaba a Boriska: Nikolai Burlyaev. Tiempo después, Tarkovski los presentó y terminaron contrayendo matrimonio.

Cuando empezó a planear Solaris con su equipo, Tarkovski vio la película de Stanley Kubrick, 2001: Odisea en el espacio. Inmediatamente supo que lo que deseaba era algo completamente diferente y opuesto a ella. Pensaba que cada escena de la película de Kubrick era una ilustración de una revista de ciencia-ficción. Y ni siquiera un arte gráfico de buena calidad.

Solaris recibió el Premio Especial del Jurado en Cannes en 1971. Todos pensaron que Tarkovski quedaría contento con el premio, pero se equivocaron: Estaba enfadado por haber quedado en segundo lugar y acusó al Jurado de estar amañado. Algunos le explicaron que Cannes siempre le daba el primer lugar a una película comercialmente exitosa y el segundo premio a directores como Antonioni y Fellini, pero el ruso no quiso escuchar ninguna explicación.

El Espejo se llamaba inicialmente El blanco, blanco día, un verso de uno de los poemas de su padre, y el guión no se lo había dado a nadie para que lo leyera antes de las primeras pruebas de filmación. Incluso en el rodaje, el mismo equipo técnico no sabía lo que se iba a hacer cada día cuando Tarkovski llegaba por las mañanas.

En la escena del pollo de El Espejo, Tarkovski le insiste a Margarita Téreshkova para que corte ella misma la cabeza al animal. Cuando ella se niega, él reacciona exclamando por todo el set: “¿Qué quiere decir con eso de que no vas a hacerlo? ¿Qué te pasa?” Ella respondió: “No puedo soportarlo, ¡voy a vomitar…!” “¡Estupendo! ¡Acción!” Margarita se escapó del plató diciendo “Escucha… ya hiciste Andrei Rublev, no necesitas demostrar nada más”. Tarkovski añadió: “¡Entonces que apaguen las luces…! Solamente quiero que sepas que estoy rodando mi mejor película”

Luego de rodar toda la primera parte de una película titulada Picnic al borde de la carretera, Tarkovski mandó revelar los rollos a Moscú. La copia se echó a perder y tuvo que parar todo el rodaje. El Comité de Estado rehusó compensar las pérdidas. Le sugirieron que considerara el material estropeado como correctamente revelado y continuara el rodaje. El director se negó. Le dijeron que todas las pérdidas serían olvidadas en caso comenzara a trabajar otra película diferente. Fueron días horrorosos para él. Finalmente encontró una solución. “¡Yo no puedo rodar la misma película de la misma forma otra vez!”, exclamó. Aún con energías, planeó nuevamente el mismo rodaje pero encontró nuevos pensamientos. De su primera idea sacó, en efecto, otra película. El protagonista, que en la primera versión era la personificación del mal, empezó a configurarse como una figura trágica. A la obra se le cambió el título a Stalker.

Cuando se presentó Stalker a los directores de distribución, se armó una discusión enorme. Le empezaron a lanzar a Tarkovski preguntas muy extrañas. De repente una voz se alza y grita: “¿Quién va a ver esta basura?” Se escucharon carcajadas de aprobación. Andrei palideció. Sin más, se pusieron de pie y empezaron a marcharse, riéndose. Alguien intentó defender la película, pero dijeron “¡No la necesitamos!” Tarkovski bajó del escenario y le castañeaban los dientes. Se le acercaron algunos hombres y mujeres y en tono bajo le decían: “¡No pienses que todos somos iguales! Nosotros compredemos…” Finalmente se hicieron 196 copias de la película para un cuarto de billón de espectadores soviéticos. Tres de ellas fueron asignadas para Moscú, permitiendo que dos millones de rusos la vean en los primeros meses.

Una vez, durante una discusión sobre Stalker, se le pidió que hablara brevemente acerca de esa película. Andrei gritó: “Me he estado preparando para esta película toda mi vida y he empleado dos años para rodarla. No la comprendieron la primera vez que la vieron y quieren que se las explique en pocas palabras… ¡Vayan a verla de nuevo!”

Andrei Tarkovski y Krzysztof Zanussi pasearon juntos alguna vez por los Estados Unidos. Cuando pasaron en el viaje por el Valle de los Gigantes, donde John Ford había rodado La diligencia, el ruso dijo que era una pena haber utilizado aquel paisaje tan metafísico para rodar una mala película sobre el dinero.

Nostalgia participó en la Selección Oficial de Cannes del año 1984. Tarkovski se sentía tranquilo hasta que llegó una comitiva rusa enviada directamente para perjudicarlo, en su opinión. Pero mayor decepción le causó Robert Bresson, a quien el ruso admiraba, quien también participaba en Cannes con su último film: El dinero. Bresson declaró a la prensa que él deseaba la Palma de Oro o nada en absoluto. Tarkovski se vio obligado a declarar exactamente lo mismo para igualar las posibilidades. Al final, ninguno ganó, pero les otorgaron el Premio a la Labor Creativa, entregado a ambos directores por Orson Welles. Tarkovski se fue de Cannes molesto.

Sacrificio se iba a llamar, inicialmente, La bruja. Cuando le cuestionaban el malvado título, Tarkovski contaba que en ruso, bruja significa vedma, que proviene de vedat, que significa saber. Cuando descubrió que ya había otra película con ese título y que ni en la lengua inglesa ni en la sueca, bruja significaba saber, desistió. Extrañamente, en la primera versión del guión, Alexander, el protagonista, estaba gravemente enfermo: tenía cáncer.

Durante el rodaje de Sacrificio, se hablaban distintas lenguas en el set: ruso, sueco, inglés, italiano, francés e incluso islandés. Al principio, la mayoría de los actores encontraron este procedimiento incómodo, pero desde el momento en que Tarkovski citó a Mark Twain –“No se puede depender de los ojos cuando la imaginación está desenfocada”- Sven Nykvist cambió de idea, dejó la incomodidad, y, con él, el resto del equipo.

Para la escena de Sacrificio en que el niño iba a caminar descalzo por la nieve y el barro, Tarkovski colocó algunos periódicos viejos sobre el suelo, luego rasgó unas reproducciones de un viejo libro del explorador sueco del ártico Nordenskiöld. Se echó para atrás para comprobar la composición y luego colocó unas monedas extranjeras en un charco del fondo. Uno de los miembros del equipo, señalando hacia el suelo, preguntó al director: “¿Se supone que todo esto simboliza algo?”. “¿Simbolizar?", respondió Tarkovski, "no me preguntes. Todo lo que yo sé es que lo que estás viendo es el tejido que forma los sueños. ¿Estás listo para la toma, Sven?” Nykvist, líder natural del grupo, contestó simplemente levantando sus pulgares hacia arriba.

No hubo quien no viera señales en Sacrificio. La crítica de Yugoslavia se excitó cuando en la pantalla la tierra tiembla y la leche se derrama por el suelo. Sucede que en Yugoslavia la leche era el único producto sobre el que las autoridades habían advertido en contra de su consumo después de la catástrofe de Chernobyl. Esta misma catástrofe ocurrió muy poco después de terminada la película. En su estreno, muchos suecos vieron cómo Tarkovski enfocó la cámara a pocos metros de distancia del mismo lugar donde medio año después sería asesinado Olof Palme.

Pocos meses antes de su muerte, el internamiento en una clínica era cosa de cada semana. Durante esos días se sentía muy solo, nadie hablaba su idioma, se sumergía en Bach, hojeaba periódicos italianos sin interés y sus amistades en París estaban difundiendo el tumor de que se sentía mucho mejor. Para él estaba bien. Decía: ¿Qué productor, qué estudio financiaría a una persona mortalmente enferma?
(Fernando Vílchez R.)

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UN GENIO MALHUMORADO


TESTIMONIOS DE AQUELLOS QUE CONVIVIERON CON TARKOVSKI



Sus ojos son oscuros, azul grisáceo, gris azulado y rasgados. Parece un bebé tártaro y un pequeño lince. Parece enojado. Su nariz es como la mía, pero no estoy muy seguro a causa de las pecas. Su boca es adorable.
Del diario de su padre, el poeta Arseni Tarkovski, al tercer día del nacimiento de Andrei.

De estudiantes, pasábamos de discusiones abstractas a temas sobre el arte en el cine contemporáneo. Éramos intolerantes y despiadados. Incluso criticamos las últimas películas en los exámenes de acceso, tales como Amigos verdaderos, de Kalatozov y Anna, de Annenski. En presencia de Romm nos cargamos su película Asesinato en la calle Dante. Cuando pienso en nuestra intolerancia comprendo que era motivada por el deseo de evitar el arte oficial y falso. Años después los italianos llegaron a Moscú. Con diez años de retraso pudimos ver Paisa, de Rossellini, Sin lástima, de Lattuada, La provocación trágica y Arroz amargo, de De Santis. Nos volvíamos locos con el Neorrealismo italiano, pero Andrei tomó una postura extraña. Dijo que el Neorrealismo estaba acabado, que ya no tenía el efecto de los primeros años, que era repetitivo y que su tiempo había expirado. “Algo más innovador debe ser encontrado”. Alexander Gordon, compañero de estudios.

Era pedante cuando era necesario. Quizá su pedantería era ingenua pero consistente al mismo tiempo. Su preceder avisaba a la gente de que deseaba mantener la distancia. No cedía este espacio rápida o fácilmente, pero cuando lo hacía resultaba ser muy confiado y, lo que es más extraño, fácil de influenciar. A menudo esta característica de su carácter lo hacía sufrir. Desgraciadamente había algunas personas que alardeaban del hecho de que Tarkovski, que tenía fama de testarudo e incontrolable, dependía de ellos.
Vadim Yusov, cámara de Tarkovski en sus primeras películas.
En La Infancia de Iván asumí un trabajo práctico en la dirección… específicamente en los sueños. Sin embargo, cuando Tarkovski hizo el montaje definitivo y cortó la escena de los cuerpos carbonizados de las hijas de Goebbels, me sentí lleno de indignación. "¡Es horrible y vergonzoso!", dije furioso. "¡No comprendes nada! ¡No te atrevas a la sala de montaje!", me contestó. "¡No tengo intención de hacerlo!", grité, cerrando la puerta bruscamente. Uno o dos años después me di cuenta de que lo que hizo fue una idea excelente.” Andrei Konchalovsky, compañero de estudios y luego coguionista y actor de Tarkovski.

Pasaron siete meses sin vernos, tras el estreno de Rublev. Cenamos juntos, bromeamos, hablamos hasta las dos de la madrugada. Podía cantar mis canciones a cualquiera pero no a Andrei. Me bloqueaba, sentía la pobreza de mis ideas y mi falta de talento. Andrei me preguntó esa vez: “¿Por qué estás tan triste?” Le hablé sobre mis problemas personales. Empezó a bromear, esgrimiendo una teoría sobre cómo tratar a las mujeres. “¿Quién te ha desordenado? ¡Vete y túmbate en tu sitio”. En mi último encuentro, antes de que partiera a dirigir Nostalgia, fui a su casa con Vadim Yusov. Nunca había visto a Tarkovski en la manera en que lo vi esa noche. Era como si la vida hubiera acabado con la última gota de su paciencia. Maldijo a todos y todo lo que le rodeaba. Yusov y yo también éramos blancos de sus reproches, él por escribir guiones y yo por convertirme en director y escribir poesía. Tarkovski dijo que sólo podíamos ser creativos en sus películas, Yusov como cámara y yo como actor. Nos dijimos adiós y nos abrazamos tiernamente. No sabía que me estaba despidiendo de él para siempre.
Nikolai Burlyayev, actor que representó al niño Iván (La infancia de Iván) y a Boriska (Andrei Rublev) .

Una vez, durante una sesión de doblaje, los actores estábamos hablando de que la mayoría de espectadores no podrían comprender Stalker, cuando alguien añadió: “Sí, como la mayoría de sus películas”. Andrei estaba sentado en la cabina del ingeniero de sonido y escuchó nuestra conversación: “Para su información, ¡yo no hago esa clase de películas ni las haré jamás!” Él estaba convencido de que no hacía sus películas para una elite especial o una minoría selecta. Nikolai Grinkó, actor en las cuatro primeras películas de Tarkovski.

Mientras escribíamos el guión de El Espejo, tuvimos un conflicto. Andrei estaba preocupado por un episodio que yo había escrito. Vino apresurado a la una de la tarde, leyó lo que yo había escrito y me di cuenta de que no le gustaba. Me enfadé un poco y le pregunté: “¿Cuál es el problema? ¿Qué es lo que no te gusta? Lo discutimos, lo hablamos y lo escribí de la forma que habíamos acordado, ¡incluso más…!” Entonces él hizo una aclaración realmente punzante: “¿Sabes?, deberías poner un poco más de talento en ello”. Me sentí tan ofendido que rompí todo lo que había escrito y le insulté en todas las formas en las que fui capaz de pensar… Para la hora de la cena ya había escrito toda la historia de nuevo. Más tarde me besó.
Alexander Misharin, coguionista de El Espejo, junto a Tarkovski

La única vez que se enfadó en el rodaje de Solaris fue cuando estábamos ensayando una escena complicada y uno de los trabajadores que estaba frente a nosotros, los actores, estaba comiendo insaciablemente un bocadillo. Era típico de él. Andrei era un director sorprendentemente constante y estricto que insistía en que todos respetaran su trabajo.
Donatas Banionis, protagonista de Solaris

Tarkovski era genial para las profecías. Una vez dijo que había participado una sesión de espiritismo y se había comunicado con el espíritu de Pasternak, a quien le preguntó: “¿Cuántas películas voy a hacer?” “Siete” fue su respuesta. “¿Tan pocas?” preguntó Tarkovski. Siete, ¡pero todas buenas!”, le respondió el espíritu del gran poeta. Era 1970, estábamos trabajando en Solaris, su tercera película. Al final, hizo siete películas.
Natalia Bondarchuk, protagonista de Solaris.

En una reunión del consejo artístico del Mosfilm escuché como todo el mundo, con sabias expresiones en sus rostros, explicaba a Tarkovski hasta qué punto le parecía incorrecta la película El Espejo… Andrei permanecía sentado simplemente, sin responder a ninguno de los ataques y yo pensé “qué paciencia sobrehumana".
Margarita Téreshkova, protagonista de El Espejo.
Andrei nos pidió a los Strugatski que escribiéramos el nuevo guión de Stalker. "¿Cómo quieres que sea?" Yo estaba desconcertado. "¿Cómo podría yo saberlo?", respondía, "pero no quiero ese bandido vuestro en el guión". Traía un nuevo episodio y me decía “No sé, tú eres el autor, no yo. Vete y revísalo”. Lo reviso. Intento captar el tono y se lo llevo de vuelta. “Ahora está todavía peor. Revísalo”. Suspiro y me dirijo a la máquina de escribir. “Ahora ya está algo mejor, pero no lo que necesitamos. Te has perdido en esta frase.” Miro la frase. Me parece una frase como cualquier otra. Voy y la reviso de nuevo. “Reescribe este diálogo, tiene que tener conexión con el episodio anterior y posterior”. “¿No lo tiene?” “No, en absoluto”. “¿Qué es lo que no te gusta del diálogo?” “No lo sé, simplemente revísalo.” “¿Cómo debería ser Stalker en el nuevo guión?” “No lo sé, tú eres el autor, no yo.”
Finalmente le pregunté apresurado: “Escucha Andrei, ¿para qué necesitamos la ciencia ficción en la película? ¡Eliminémosla!” Sonrió de la forma que lo hace un gato que se acaba de comer el loro de su dueño. “¡Eso es! ¡Por fin lo has dicho! He estado deseando oírtelo hace mucho tiempo, aunque tenía miedo de sugerírtelo por si te molestabas.” Cuando finalmente terminamos el guión, lo fuimos a buscar. “¿Lo has traído?” Asentí con la cabeza, tomó el manuscrito, se retiró a la habitación contigua en silencio y cerró la puerta tras de sí. Su esposa nos sirvió coñac. Pasó una hora, la puerta se abrió y entró Andrei. Su cara no expresaba nada, sólo destacaba su bigote erizado. Nos miró ausente, se acercó a la mesa, se llevó un bocado a la boca y luego exclamó mirando sobre nuestras cabezas: “La primera vez en mi vida que tengo mi propio guión”.
Arkadi Strugatski, coguionista de Stalker


Una vez ocurrió algo simplemente maravilloso. El guionista Alexander Misharin vino a una de las reuniones a casa de Tarkovski y trajo consigo un juego por el cual, nos aseguró, cualquiera de nosotros podía determinar quién de todos era un genio. Misharin nos pasó a cada uno un trozo de papel que se doblaba en cuatro partes, con un dibujo en cada cuadrado. Se suponía que teníamos que añadir algo al dibujo o rasgar parte de él. Todo el mundo comenzó a calentarse los sesos para encontrar la idea más “genial”. Andrei (yo fui testigo de sus acciones) también cogió un papel, lo estudió atentamente, luego le dio la vuelta y dibujó una cruz sobre el reverso. Absolutamente sorprendido, Misharin dijo que ésa era precisamente la solución. Eduard Artemiev, compositor en Solaris, El Espejo y Stalker.

Durante un intercambio con estudiantes de Colorado, un joven le vio como un gurú o un guía espiritual y le inquirió acaloradamente: "Señor Tarkovski, ¿qué debo hacer para ser feliz?" Esta era una pregunta bastante normal según los cánones de allí, pero para Andrei resultó completamente estrambótica. Interrumpió la conversación y preguntó: "¿Qué es lo que quiere este joven? ¿Por qué hace preguntas tan estúpidas?"
Kzrysztof Zanussi, cineasta polaco.

Él escribió el guión de Nostalgia pensando en Anatoli Solonitsyn, que estaba muriéndose de cáncer. Cuando me encontré con Andrei en Roma, estaba nervioso como siempre, rápido y flaco. Nos abrazamos y permanecimos callados durante un largo tiempo. La muerte de Anatoli, el temor que yo sentía de no poder dar con la esencia del personaje a pesar de que había retocado el guión, mi ignorancia de lo que esperaba de mí… Cuando finalmente rodamos el episodio final de la piscina, me dijo: “Hay veces en que un acto es experimentado como la conclusión de toda una vida”. Se enfadaba porque “moría” y “me excitaba” demasiado pronto. Comenzaba el rodaje y de repente le oía: “¡Oleg, ya es hora, excítate!”.
Oleg Yanokovski, protagonista de Nostalgia.

No era fácil entrevistar a Tarkovski. Lo intenté por mucho tiempo y al final me exigieron una condición: quería dinero. Volé a Londres. Hice sonar el timbre y la puerta fue abierta por un hombre de mediana estatura y más bien descortés. Estaba envuelto en un batín y me dijo que no me esperaba y que no le apetecía hablar conmigo. Pero tenía el dinero y lo puse sobre la mesa: Tarkovski tuvo que hablar conmigo. Se sintió humillado y me odió por ello. Me dijo que estaba enfermo y que estaba desconectado de los periodistas. Y que todo lo que tenía que decir ya se había dicho en sus películas. Y que el periodismo como profesión era más bien inferior. Me preguntó por qué no estaba en mi casa con mi marido como debería hacer una verdadera mujer normal.
Irena Brezna, periodista.

Podía hablar sin parar durante horas, echaba de menos a Rusia, a sus lugares favoritos y la lluvia rusa. Sus descripciones eran tan reales que me parecía que iba caminando con él por Moscú, encontrándome con sus amigos, sacando a su perro a pasear. “¿Sabes? Yo era bastante diferente en mi juventud. Era colérico e irritable. Sólo ahora que ya soy viejo, me he reblandecido un poco”, me dijo una vez.
Leila Alexander, traductora de Tarkovski en Italia.

Hacía sus películas siguiendo las directrices de la cámara. Esto me contrariaba al principio. Pensé que se estaba apoderando de mi trabajo. Pero tuvimos una conversación franca sobre esto y me explicó que siempre construía sus escenas de esta manera. Era la coreografía misma lo que buscaba. Sus ideas sobre una toma son diferentes de las de la mayoría de los otros directores. No las fragmenta en planos generales, planos medio y primeros planos. Sus composiciones son singulares. Su cámara se mueve, sus actores se mueven, hay gran cantidad de acción en sus escenas.
Sven Nykvist, cámara en El Sacrificio.

Cuando comenzaba a reírse, todos experimentaban la alegría a su alrededor. A veces dudaba: “Está película es imposible, esto es un caos absoluto, el problema parece irresoluble.”. O levantaba las manos: “¿Por qué están todos aquí y qué están haciendo? ¡Vámonos todos a casa y empleemos nuestro tiempo en algo más inteligente!” Y de nuevo se colocaba junto a su cámara y al momento, como un general en el campo de batalla, comenzaba a luchar contra la realidad y la conquistaba. Y no sólo conquistaba a la gente, sino también al sol, a las nubes, al viento, a la niebla. Si a alguien se le puede llamar el creador de la cinematografía del futuro, ése es Tarkovski.
Erland Josephson, actor que representó a Domenico (Nostalgia) y a Alexander (El Sacrificio)
(Fernando Vílchez R.)

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FRASES DE TARKOVSKI


En cuanto cedes en algo que no crees, luego sucumbes y te conviertes en un conformista.

Si pudiera escribir poesía como la de Pasternak no estaría haciendo películas.

¡Su actuación está rompiendo mi corazón! (Cada vez que sus actores seguían sin obedecer su orden de Vivir y no Actuar)

Nunca hubiera rodado La infancia de Iván si no hubiera encontrado exactamente a la persona correcta para el papel.

Sólo puedo trabajar en Rusia, en mi hogar. ¿Quién me necesita en otro lugar? ¡Me necesitan en mi país!

Si se incrementa la duración normal de una secuencia, primero te aburres, pero si la incrementas aún más, crece el interés. Y si, incluso, la incrementas más, surge una nueva calidad e intensidad.

El nivel de los directores modernos está tan bajo que es muy fácil superarlo, no sólo en la Unión Soviética sino en todo el mundo.

Mis problemas no los tengo en las escenas de masas sino en las otras, las que a primera vista parecen simples. Aquí es donde surgen los obstáculos realmente insuperables.

Puedes considerar a Bach elitista o no, pero no conozco nada más supremo que su música. Ella envía un impulso directo hacia lo más profundo de tu alma y tú puedes sentirlo.

Algunas veces la imagen sigue al sonido y representa un papel secundario y no viceversa. El sonido es algo más que una simple ilustración de lo que está sucediendo en la pantalla.

Una persona debe ser ella misma, debe tener el valor de decir: "soy yo, eso es lo que soy". No es fácil. A todos nosotros nos encanta gustar.

No copies nunca a la naturaleza. El artista debe ser como el Creador mismo. Él mismo debe crearlo todo.

El cine es un misterio. Es un misterio para el propio director. El resultado, el film acabado, debe ser siempre un misterio para el director, de otra forma no sería interesante.

No quiero actores leyendo el guión. ¿Cómo pueden actuar con sinceridad si saben desde la primera escena que se mueren en la última? Ello significa que todo lo que sucede entre la primera y las últimas escenas es falso.

El Oeste grita: “¡Ven aquí, aquí estoy yo! ¡Mírame! ¡Escucha cuánto puedo sufrir y amar! ¡Cuán deprimido y feliz puedo ser! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo!” Y el Este no dice nada sobre sí mismo. Disuelto completamente en Dios, en la Naturaleza, en el Tiempo, recuperándose a sí mismo de nuevo en cada cosa. Capaz de descubrir todo en sí mismo.

Amo el agua. (Tras ser interrogado por la continua presencia del agua en sus películas)

No soy un rublo de oro para ser deseado por todo el mundo.


ÚLTIMAS ANOTACIONES DE SU DIARIO, ANTES DE SU PARTIDA:

5 de Diciembre de 1986. París. Ayer recibí quimioterapia por tercera vez. Me siento fatal. No puedo pasea, ni tan siquiera postrarme. Schwatzenburg no sabe qué hacer, porque ignora de dónde provienen estos terribles dolorres. La película está siendo proyectada con éxito en Inglaterra y en los Estados Unidos también. Las críticas han sido excepcionalmente buenas. Los japoneses están organizando un fondo de asistencia, pero hay que decirles por qué un director tan famoso es tan pobre.

15 de Diciembre de 1986. Hamlet. Todo el día en la cama sin poder sentarme. Dolor en la parte inferior del estómago y en la espalda. También los nervios. Estoy muy débil. ¿Estoy realmente muriéndome? ¿Y Hamlet? Pero ya no me quedan fuerzas para nada. Ésa es la cuestión.
(Fernando Vílchez R.)

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Thursday, December 28, 2006

DOSSIER TARKOVSKI

A VEINTE AÑOS DE SU PARTIDA
Andrei Tarkovski (1932 - 1986)

Para algunos, el nombre de Andrei Tarkovski no significa nada excepto eso, un nombre. Otros pensarán que escribir sobre él en Lima, Perú, el día de hoy, debe sonar exagerado y casi obsceno. Recordarlo, un acto de pretensión con no poca pose alrededor. Y sin embargo, a veinte años de su fallecimiento, es inevitable hablar de él y de su cine, de sus ideas sobre el cine, de su difícil vida a raíz del cine.

De todas maneras, en este breve especial que ofrecemos, decidimos que el asunto sea más puntual. Convocamos a ocho personas, distribuimos las ocho obras del ruso (siete películas y un mediometraje) y, a partir del film que a cada uno le tocó, les lanzamos a todos la misma pregunta:

Para ti, ¿el cine de Tarkovski sigue teniendo alguna vigencia?

Respuestas disímiles, textos eruditos y otros angustiados, palabras de homenaje y otras de irreverencia, eso fue lo que recibimos. Si entre nuestros lectores existen personas que aún no han visto alguna obra del cineasta ruso, esta será una guía y, quizás, el argumento definitivo para revisar esas películas de una vez o no buscarlas nunca más.

Finalmente, debemos agradecer la participación de, no únicamente nuestros colaboradores habituales, sino también de la cortometrajista Gisella Barthé y del cineasta Raúl del Busto, quienes dejaron sus grabaciones y ediciones respectivas para participar de esta revisión.

LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

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LA APISONADORA Y EL VIOLÍN (1960)


DESPUÉS DE EISENSTEIN: Primera travesía de un cine “diferente”
La apisonadora y el violín

Como todo estudiante que terminaba la carrera en el Instituto Estatal de Cinematografía de Moscú (VGIK), Andrei Tarkovsky debía presentar al jurado de profesores un mediometraje propio a modo de examen final. No era su primer trabajo como director (antes había realizado dos cortometrajes –Los asesinos y No habrá salida– junto a un compañero de escuela, Alexander Gordon), aunque sí el primero que corría enteramente por su cuenta y riesgo, tanto a nivel de guión como de realización, y en el cual es patente el intenso control creativo que Tarkovsky ejercerá sobre todos sus trabajos posteriores (responsable de la calidad pictórica de primer orden de cada una de sus imágenes y de lo escaso de su producción, apenas siete películas en treinta años)

El resultado, para un recién egresado, es sorprendente. Con un perfil artístico ya bastante definido, la cinta ofrece una primera versión de las obsesiones y los recursos técnicos que más tarde constituirán el sello personal, intransferible, de uno de los máximos iconos contemporáneos del cine de autor. Aquí ha de descubrirse su mayor aporte al séptimo arte: renovar el panorama cinematográfico ruso, con una propuesta capaz de hacerle sombra al mismo Eisenstein.

El contexto de producción de La apisonadora y el violín se da durante el régimen totalitario soviético de fines de los años 50. Aun cuando el tirano Stalin ya estaba muerto desde hacía siete años, las exigencias del compromiso político con la revolución todavía seguían igual de rígidas para la producción cultural en todos sus niveles. En el Instituto al que pertenecía Tarkovsky, las calificaciones a los trabajos de los estudiantes, más allá de todo valor técnico o narrativo, siempre tenían un sesgo político inevitable, de conformidad con el discurso oficial del gobierno.

La solución que le da Tarkovsky a este conflicto es ejemplar: la película maneja claros elementos del discurso oficial y comprometido pero embebidos de su particular óptica, marcadamente individual y narcisista, aferrado a recuerdos personales de la infancia por encima de todo alegato político. Está ahí, como tema central, la solidaridad entre el obrero y el artista (un niño que toca el violín, variante del intelectual), ambos marginales pero puntales de la revolución, trabajando por la reconstrucción de una sociedad que sigue sufriendo los estragos de la segunda guerra mundial.

De igual manera también está ahí, pero problematizado, el elogio del esfuerzo físico y la energía cinética, de choque, en escena de la demolición del edificio (filmada en exteriores y con un gran despliegue de recursos, montaje frenético, a lo Eisenstein, de planos de conjunto y de detalle de la masa de actores que sigue las evoluciones de la bola de acero que derrumba con gran dramatismo las paredes) Esta secuencia es significativa porque inmediatamente después Tarkovsky ofrece, como para enfatizar el contraste, el código artístico original, la nueva propuesta que el autor quiere establecer respecto al cine soviético: una lluvia a mitad de la demolición separa a los dos amigos, que luego se reencuentran, pasado el temporal, bajo un edificio abandonado, donde entablan una larga conversación respecto a sí mismos, a sus anhelos y frustraciones, enmarcados por una atmósfera irreal, donde la humedad es omnipresente, que posibilita un contacto intenso con el misterio de lo esencial, para llamarlo de algún modo, cuando el niño ejecuta una pieza en el violín para su amigo el obrero.

Secuencias como esta serán centrales en toda su filmografía: ambientes cerrados pero no claustrofóbicos, con una evocación de refugio después del diluvio; planos secuencias lentísimos, que privilegian la composición pictórica dentro del encuadre; pocos personajes que discuten entre sí problemas existenciales, cuestiones de fondo respecto al mundo y a la vida (el compromiso del artista –Andrei Rublev–, el conocimiento humano –Solaris–, la felicidad –Stalker–, la cuestión religiosa –El Sacrificio–), en medio de lo cual se revela eso que llamamos el misterio de lo esencial, una suspensión del discurso de los personajes para dar paso a imágenes de fuerte carga onírica, con el agua y la humedad abarcándolo todo, en una suerte de alegoría del útero materno.

La madre también cumple en esta primera cinta un rol central y premonitorio. Hacia el final es ella la responsable de que la amistad entre el obrero y el artista se frustre. Otra marca indeleble del autor: problemas para socializar con el mundo, para integrarse a los valores simbólicos (preocupaciones políticas, ideales colectivos y soluciones filosóficas) que transcienden al yo narcisista y egocéntrico; valores siempre desechados por una sospecha innata, una disconformidad, que en los hechos se reduce a la mera incapacidad de abandonar la tutela materna. Condición que a su vez le impide asumir otras perspectivas, por ejemplo el cine de género. El pecado de repetirse, de reincidir en los mismos temas y los mismos recursos formales, marca de toda una filmografía, limitada pero consciente de esos límites y siempre fiel a sí misma.

Esa constituye la grandeza de un director como Tarkovsky, el más importante de los rusos después de Eisenstein y el que mejor supo hacerle frente con una propuesta artística original, brillante y conmovedora, un cine que abandona el despliegue cinético por la sutil contemplación, y cuya influencia es cada vez más patente. Una influencia, por cierto, que dista mucho de ser masiva o fulgurante; como su propio arte, sus efectos buscan ser selectivos con el espectador, y las cintas que denuncian su influencia pueden contarse con los dedos pero configuran un grupo compacto y atractivo (el más dotado y elogiado entre sus compatriotas: Alexander Sokurov). Esas cintas no se mueven en el circuito comercial: su campo de producción y consumo está en los festivales internacionales de cine, donde el mismo Tarkovsky desarrolló su carrera.

De modo que Tarkovsky es actualmente uno de los emblemas de ese cine “distinto”, que en principio no responde a exigencias comerciales, que arriesga todo por un lenguaje críptico y obsesivo, y que se mueve en circuitos independientes, en los festivales de cinéfilos que dirigen para otros cinéfilos, que estatuyen la extrañeza de su arte como valor principal, sin ceder a contenidos humanos (genéricos, melodramáticos) para el gran público. Películas recientes que entran en esta clasificación: El regreso de Andrey Zvyagintsev y Japón o Batalla en el cielo de Carlos Reygadas. Solo queda comprobar si con el tiempo este elitismo podrá ser superado (una nota al respecto son ciertos videoclips de REM, como Losing my religion, dirigido por Tarsem).


Javier Muñoz Díaz

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LA INFANCIA DE IVÁN (1962)


OLD BOY
La infancia de Iván

En el primer largometraje Andrey Tarkovski, La infancia de Iván (1962) -basado en el cuento Iván de Vladimir Bogomolov- así como en su primer y único mediometraje La aplanadora y el violín (1960) (no estoy considerando el primer cortometraje del año 1959 codirigido con Alexander Gordon titulado Hoy no habrá tarde libre), se advierte el embrión de lo que será el mundo estético-creativo del director en el transcurso de los años; es decir, que todas sus obsesiones (léase recuerdos de infancia, impresiones, sueños, sensaciones.), así como las ideas y reflexiones estéticas sobre el tiempo, el arte, la ciencia, etc., se plasmarán en el momento de concebir y rodar cada una de las seis películas que se sucederán hasta 1986, año de su último filme El Sacrificio. Asimismo las marcas de estilo tanto en lo visual como en lo sonoro que estarán en sus trabajos posteriores, se encuentran ya en su ópera prima.

Lo que sorprende al ver las primeras imágenes de una ópera prima como La infancia de Iván, es la concepción formal y la fuerte presencia de autor que esta obra exhibe, -a pesar de que tal vez Tarkovski no haya tenido total conciencia de lo que estaba logrando expresar- como lo demuestran los movimientos de cámara que se realizan, por ejemplo, cuando Iván en uno de sus primeros sueños escucha el canto de un pájaro cucú, empezándose a elevar a través de los árboles del bosque, siguiéndolo la cámara en su ascensión y posterior levitación . Este recurso expresivo se apreciará de modo más profundo en obras como Solaris, El Espejo y El Sacrificio. O los desplazamientos casi coreográficos de la cámara cuando el personaje llamado Masha expresa emoción al sentirse atraída –tal vez enamorada- por el capitán Jolin. El trabajo en la fotografía es en este primer trabajo bastante expresivo de lo que el director buscaba; esto es, mostrar una atmósfera de devastación y desolación trabajada con claroscuros cercanos a los usados por los expresionistas alemanes, que una secuencia como la del viejo y el gallo ejemplifica muy bien.

Desde el aspecto sonoro, Tarkovski demostró un manejo importante de los recursos auditivos, sea utilizando el sonido propio del ambiente donde suceden varias de las escenas, sea introduciendo piezas musicales o música incidental para crear así atmósferas peculiares. El trabajo con lo auditivo llegará a un nivel más depurado en las películas, Solaris, Stalker, pero principalmente en El Espejo, donde el crepitar del fuego y sobre todo el sonido de las gotas de lluvia se escucha como pocas veces en alguna película realizada.

Por otra parte, el director resolvió bien la dificultad que representa moverse, por un lado, dentro del género de una película bélica –tras líneas enemigas- y por otro adentrarse en un filme personal en el que se mezclan lo evocativo, onírico, y la búsqueda de venganza por parte de Iván. Respecto de lo primero Tarkovski llega a transmitir en las escenas de guerra (aun cuando estas nunca muestran enfrentamientos frontales con el enemigo) momentos de suspenso e inquietud para los personajes como la secuencia en la que el teniente Galtsev, el capitán Jolin e Iván salen en una misión en la que este último tendrá que ir como explorador y de la que ya no regresará. En cuanto a lo segundo la conjunción entre los recuerdos, sueños y juegos de Iván consigue crear un mundo paralelo al existente en la realidad de la guerra, no obstante, aquellos se generan por causa de ella.

Iván pertenece a ese selecto grupo de personajes infantiles que dependiendo de las circunstancias de las historias a las que pertenecen, poseen una singularidad que los hace memorables, como los casos del niño Edmund Köhler de la película de Rosellini Alemania Año Cero o Antoine Doinel de Los cuatrocientos golpes o la niña de nombre Mouchette de la película del mismo nombre de Robert Bresson. Al igual que lo que ocurre con estos, Iván tiene que dejar de jugar y crecer de golpe para encarar lo que se le presenta en la vida, incluso si ese encaramiento lo deriva a un destino trágico. Tarkovski afirma respecto de Iván lo que sigue: “De hecho todos aquellos atributos de la niñez se habían ido irrecuperablemente de su vida, y lo único que, como un regalo didáctico de la guerra, había adquirido en lugar de lo que le habría pertenecido, se había concentrado y tensado en él hasta el extremo”.

Sin embargo, pese a lo que viven estos niños, no pueden dejar de lado completamente su condición de tales y por tanto jugar. Aunque el jugar sea un acto previo a lo que será un viaje sin retorno, como el notable final de Mouchette rodando por una pequeña pendiente antes de caer a un lago, o Edmund jugando en una pista entre las ruinas de un Berlín destruido, luego del final de la guerra, previamente a lanzarse al vacío desde un edificio para expiar una culpa. Y en el caso de Iván aquella magnífica secuencia en la que al jugar dentro de iglesia en escombros, imagina estar cumpliendo una misión de guerra, no obstante que este juego desencadena en él una explosión emocional en la que se exterioriza todo el sufrimiento por el que ha pasado; además de ser un acto premonitorio de lo que le acaecerá más adelante. Respecto del desfogue emocional que experimenta nuestro personaje Tarkovski dice: “ En un estado de tensión constante y sin desarrollo las pasiones alcanzan su máximo nivel y se manifiestan de una manera más vívida y convincente que en un proceso de cambio gradual”.

En lo referente a la importancia de la obra de Tarkovski en el cine actual, tomando como base La infancia de Iván, diría que es definitivamente su obra posterior la que ha influido en una franja importante del cine contemporáneo; sin embargo, esta cinta aun cuando no ha tenido una influencia directa en la cinematografía de nuestros días, sí la ha tenido de manera tangencial; es decir, si he afirmado que esa cinta es la matriz de todo el universo tarkovskiano, y al haber concepciones estéticas y formales originadas por ella en su filmografía posterior; y ser esta la que ha inspirado algunas de las obras de cineastas admiradores del director ruso, hay por ello de modo indirecto y por ende lejano una raíz originaria provocada por dicha ópera prima.

No se puede negar como muchos críticos y espectadores han notado una fuente inspiradora de Tarkovski en parte de la obra de Alexander Sokurov, sobre todo en su vertiente espiritual cuyo ejemplo en su película Madre e hijo es innegable. Así mismo en la obra del director húngaro Béla Tarr se pueden apreciar algunos rasgos estéticos del director ruso. Incluso en el cine latinoamericano, más específicamente en la obra del director mexicano Carlos Reygadas se observa y siente una inspiración, hasta homenajes patentes como la escena en que se hace la toma de un árbol sobre una colina en la película Japón, que trae a la memoria el árbol de membrillo japonés que aparece en las secuencias iniciales de El Sacrificio. Otro ejemplo que remite al estilo tarkovskiano es la forma en que Reygadas filma el vaivén de las campanas en las secuencias últimas de Batalla en el cielo, ya que al encuadrarlas logra que se vean más imponentes de lo que son. Así como estos ejemplos hay otros de relieve en el cine contemporáneo que exhibe referencias u homenajes al maestro ruso.

César Guerra


Obra citada:

Tarkovski, Andrey Esculpir el tiempo. Ediciones Rialp. S.A Universidad Nacional Autónoma de México, 1993

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ANDREI RUBLEV (1969)


LA PASIÓN DE ANDREI
Andrei Rublev

Creo poder afirmar que conozco el cine de Tarkovski (¿lo conozco?, debo conocerlo para saber si tiene o no alguna vigencia.) Y no solo su cine; algo de su vida sé, he leído sus apuntes y me he enterado de sus frustraciones. Y es a raíz de todo esto que puedo decir que el cine de Tarkovski es completamente vigente, aunque prácticamente haya desaparecido.

I.
Veo nuevamente Andrei Rublev y termino convencido de lo siguiente: el cine de Tarkovski no se basa únicamente en largos travellings o en las imágenes “poéticas”. Desde luego, son parte del universo personal del cineasta, pero lo que hace a Rublev -y al resto de películas- sellos muy personales de Tarkovski es la lucha por responder las grandes preguntas y la profundidad a la que se puede llegar en ese intento.

Maestros: ¿Por qué las cosas no son como me las enseñaron?
Creyentes: ¿Cómo predicar el amor entre una raza maldita?
Artistas: ¿Para qué hablan cuando no tienen nada que decir?

¿Para qué nos hablaron de caridad, del arte, de la patria?
¿En qué creer? ¿Dónde depositar la fe?

Filosofar, finalmente, es entrar en diálogo con los grandes pensadores de la historia. Una película de Tarkovski no se dirigía ni a los productores de Mosfilm, ni al jurado de Cannes de entonces. Desde luego, tampoco a los peruanos de hoy. Su película discute con San Agustín, retrocede hasta Aristóteles, salta hasta la Divina Comedia de Dante y ya no se estira hacia Kant porque Tarkovski es ruso y tiene a Dostoievski y a Tolstoi para leer, aunque se alimente de Bach… Finalmente encuentra a Cristo y lo encara: Tu existencia no ha cambiado las cosas en el mundo.

Tarkovski, con no poca modestia, entra en diálogo con Cristo.


II.
Andrei Rublev era un chico sano. No solamente pintaba íconos religiosos: su vida misma era la de un monje: entregado al señor, rogando por la paz y creyendo en la fraternidad. Un día, sin querer, Teófanes el griego lo llama para que sea su asistente. Aquí empieza el drama Rublev. Aquí es donde decimos: si queremos llegar hasta el fondo, llamemos a las cosas por su verdadero nombre.

La envidia de los otros pintores es dolorosa, al menos para Rublev. ¡Qué ñoño este pintor! Llora porque su supuesto amigo no quiere acompañarle. Antes de partir, esa es su máxima expresión del dolor. Es un puro que aún cree en la amistad.

No pasará mucho tiempo hasta que la decepción lo invada: Primero, a causa de su joven asistente, artista arrogante que no guarda mucho respeto por el maestro, autosuficiente con su pequeño don en la pintura. Luego, debido a la histórica invasión tártara, llena de crueldades en todo el viaje. La compañía de Teófanes tampoco lo ayudó: el griego no dejará de disertar ante cada acto de barbarie. Veamos:

Rublev cuenta, indignado, que las mujeres “entregan sus cabellos” a los tártaros. Teófanes replica: “¿prefieres que las torturen a que entreguen sus cabellos? ¿Eso te parecería heroico?” “Eso sí”, dice Rublev… Ay, monje, tu ingenuidad es dulce.


III.
Avanza la película y Rublev cambia. No suena a nada nuevo en cuestión de narrativa. Lo más básico es que tu héroe evolucione durante la película. Pero Andrei Rublev no es tan sencilla. Sus capítulos transcurren entre temporadas largas y en algunos no sabemos siquiera del protagonista. En realidad sí, porque Rublev no es un pintor, sino una nación. Como Tarkovski. Casi como cualquier ruso. Casi como algún cristiano.

Eso tienen los rusos. Lo que para Occidente es la metafísica, para ellos es la historia. (Para Sudamérica, ¿qué sería?) Rublev es un hombre/nación y Tarkovski, que se desgarra por lo mismo, hace del pintor su alter ego: Un ingenuo al inicio, creyendo en el arte y en las bondades del espíritu (un monje del VGIK). Luego, el reconocimiento más allá de las fronteras (Teófanes-Venecia lo manda a llamar para premiarlo). Después, un tipo confundido porque no entiende que los hermanos pueden venderte, traicionarte, difamarte (la censura y burla de las autoridades, de los otros artistas, de sus propios pupilos). Finalmente, el voto de silencio (no pintar más: el anticipo al doloroso autoexilio de Tarkovski)

Rublev no lo entiende: ¿Por qué si Teófanes sabía de todo esto, de esta actitud villana tan extendida, de esta discordia que invade todo el continente, por qué entonces sigue pintando imágenes religiosas? ¿Con qué ánimos hace pinturas? ¿Cómo puede?

Elemental, mi querido Rublev: yo sirvo a Dios, no al hombre.


IV
Siempre me he quejado de esas también villanas críticas de cine que se la pasan describiendo la película. ¿Estoy cayendo en lo mismo? Aunque no se me ha pedido una crítica, sino decir por qué creo que el cine de Tarkovski sigue vigente. En ese sentido, reincidir en el tema de la fe en la humanidad es una razón para reclamar su vigencia.

Y, más que la fe, la vida. Cada película de Tarkovski es un gran ensayo sobre la vida, sobre los grandes temas de la vida, a partir, evidentemente, de su propia vida. Los temas son el sacrificio, la nostalgia, el perdón, la fe, la ilusión. Personalmente, me basta con que alguien reflexione sobre esos temas para concederle algún interés. Desde luego, Tarkovski va mucho más allá. No basta con escuchar a los personajes hablar de la fe o la humanidad. No, Tarkovski se exige en trabajar lo que, bien o mal, llamo el sentido interno de una escena. O, lo que se suele conocer como el punto de vista de un autor.


V
Repito, en su cine no basta con que aparezcan únicamente dos personas hablando sobre el bien y el mal. La escena debe proveer elementos que le confieran nuevos significados a lo que se está exponiendo:

Unos personajes caminan entre los árboles y de pronto empiezan a caer pequeñas plumas del cielo. Rublev les habla a sus “apóstoles” mientras que, detrás de ellos, un bote avanza y se golpea en un muelle. El pintor está bloqueado y arroja pintura sobre los muros blancos de la basílica; luego entra una mujer desquiciada y llora al ver esas manchas. Un caballo sin jinete retrocede y se tropieza sobre su lomo. Humo, ramas, lluvia… siempre hay un elemento que hace nacer esa impresión de irracionalidad natural que, justamente, reina en la vida misma.

Y no se trata solamente de “imágenes poéticas” por extrañas o incomprensibles. La poesía en cuestión es esto: aumentar el número de sentidos que tu escena pueda transmitir. Desde luego, digo “nada más que esto” pero no cualquiera lo hace. No cualquiera tiene la capacidad de enfocar la invasión de una ciudad y, de pronto, arrojar dos gansos al cielo, frente a la cámara. Revisa esa escena. Luego conversamos.

Tampoco se trata solamente de imágenes. Bien sabía Tarkovski que el oído entra en conexión de manera especial con la mente de cada espectador. Pasa del galope de los caballos a un coral y luego a un silencio y luego únicamente al sonido de una sierra tambaleándose al lado de un muerto. Lamento no poder expresarlo bien, pero la lucha entre una escena y otra parece partir por el aspecto sonoro.

Ver algo, oír otra cosa, añadir un elemento extra… esto que suena a confusión y barroquismo, es más simple de lo que parece. Y simple es elegante. Es un rostro, un sonido, una vela, y una cámara que ya sabe dónde terminará posándose. Cada escena es una gran clase de cine y la matrícula no cuesta mucho.


VI
Pero, regresando, ni es solamente sus preocupaciones sobre la existencia, ni es solamente su refinada destreza cinematográfica. Es la armonía de estas dos fuerzas conseguida únicamente a través de una constante reflexión sobre el arte y su destino como artista… Qué suerte. Para un ruso no hay problemas cuando se pone a hablar sobre su destino. Está en sus genes.

Constante reflexión, porque no es un cineasta que intentó alejarse de las teorías ya existentes. Estaba de acuerdo en que para filmar una escena debía de tener un punto de vista personal, pero lejos estaba de pensar que ese punto de vista se daba solamente por poner la cámara en tal lugar o iluminar de tal otra manera. Su punto de vista era crear vida, no para perfeccionar el arte ni, menos aún, para fines estéticos. Era el modo en que él percibía la vida.

Y si él, finalmente, lograba sentir emociones particulares ante su propia película, estaba seguro que en alguna parte del mundo otras personas también alcanzarían ese estado. Sabía muy bien que un artista no es un individuo solitario y elitista. El artista lleva en él la voz de una gran nación de abandonados (de ahí, su dolor al ser tachado tan prontamente por su medio cinematográfico). Andrei Rublev, recién su segunda película, ya estaba siendo censurada y pasó mucho tiempo para que se proyectara en muy pocos cines.

Desde luego, esta crisis confrontó a Tarkovski a nuevas ideas sobre los demás y sobre sí mismo. Él sintió muy fuertemente la crisis de la fraternidad y, como Rublev, su fe también tembló.

Y eso estuvo bien: una fe que no tiembla no es fe.

VII
Como en Rublev, una época ha desaparecido en el cine. Los cinéfilos de antes deben estar desesperados. Ya no están las grandes obras de antaño. La llegada violenta de los tártaros audiovisuales, y su nueva manera de amar, los obliga a repensar el cine.

El primer plano, novedoso y terrorífico en su momento, es ahora un signo de puntuación… pero no por eso es recurso del pasado. Tarkovski sigue vigente, aunque su estilo cinematográfico ya se haya imitado. En el cine, lo que envejece son las intenciones, y las del ruso siguen latentes.

Que Béla Tarr o Carlos Reygadas hayan aprendido los movimientos (el húngaro más que el mexicano), no significa que tengan el espíritu. El que se acerca, evidentemente, por mil razones, es Sokurov. Pero tampoco. Y está bien, ni Tarr ni Reygadas ni Sokurov pretenden ser Tarkovski (ellos quieren ser Tarr, Reygadas y Sokurov).

La vigencia de Tarkovski no viene por su estilo, sino por replantear sus preguntas, aumentar las nuestras y, por ahí, conjeturar alguna respuesta. Es decir, entrar en diálogo con él.

VIII
¿Qué es el arte?

La gran pregunta de Rublev solamente la puede contestar uno mismo. Tarkovski te dirá que el arte es alcanzar lo espiritual. Los artistas contemporáneos, encerrados en su mundo atormentado, te dirán que el asunto es individualista.

Como ves, las respuestas que te dan en la familia, en las aulas, en los medios de comunicación, en los libros, en las películas, siempre serán respuestas ajenas, externas, falsas. Tienes que vivirlo. Tiene que pasar por tu carne. No tienes que buscar tu tema. El tema va madurando solito. Tú no lo eliges, él te elige a ti y te hace su esclavo. Es, en el sentido más cristiano del término, una pasión.

Y si no existe esa necesidad de crear –y destruir-, si no sientes esa urgencia en ti, entonces renuncia. No te pierdes de nada y nadie te juzgará por eso. El juicio vendrá cuando te creas artista y resultes un farsante.

La verdad es solamente verdad cuando la experiencia lo confirma.


Fernando Vílchez Rodríguez

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SOLARIS (1972)



Dualidad en una obra maestra
Solaris es una de las películas más conmovedoras y excéntricas del cine. Después de verla, revisarla, analizarla en estructura, narración y descripción, contiene una delicadeza única con un sello incomparable: el de Andrei Tarkovski.
Mi principal motivación para estudiarla fue el hecho del positivismo y negativismo que posee con relación al ser humano y su conservación. Abstracta en contenido, manteniendo un mundo en donde la “solarística” (ensayos ficcionales muy serios y complejos, para obviamente dar un toque de realidad y ubicar al lector dentro de un universo real) no existe en la película mas sí en la novela de Stanislav Lem. La verosimilitud juega un rol importante, complejo, filosófico y entendible a los ojos de los románticos empedernidos de la vida y del amor principalmente.}
El positivismo que explicaré (de forma arbitraria) es el de la concepción pura del amor que encuentra el realizador y lo plasma en sus personajes como un acto tan dulce como patético. Es decir, por ejemplo, un convencimiento sobre la veracidad que un par de ojos pueda brindar al ver a Harey, la ex–esposa de Kris Kelvin, muerta pero vuelta a la vida en carne y hueso. (Salvo que en vez de tener células, tiene neutritos, un rollo magistral del escritor polaco).
La minuciosa perdida de consciencia que Kris Kelvin va sufriendo gradualmente a niveles incontrolables de inconsistencia moral, se convierte en un cambio tan exageradamente preciso como impecable. Es un personaje que se envuelve en un traje de resistencia con material supra racional y que, a medida que avanzan los minutos, se desnuda y se da por completo a lo que yo llamo “amor intrínseco”. Basado en una experiencia personal, este amor parece abarcar desde lo real hasta lo irreal, internándose en orillas profundas de reflexión y lógica para uno mismo, cayendo por ese motivo en las fosas de la incomprensión de la misma personalidad, a pesar de la madurez que uno pueda preconcebir.
Kris enciende una vela en su interior, tratando de quemarse él mismo con esa intensidad que significa querer y amar a un ser “extraterrestre”. Gracias a la omnipotencia de Solaris, ese recuerdo se convierte en realidad y la posibilidad de dejarlo y abandonarlo no cabe en ningún milímetro de su mente. Sus colegas, navegantes del espacio como Snaut y Sartorius, ya experimentados y relacionados con la experiencia, tratan de advertir a Kelvin con artilugios precisos, sosegados, semejantes casi a la propia Solaris, quien sabe con exactitud dónde “atacar” al ser humano.
La película se torna densa, emplea una metálica en sus vestimentas y en su sicológica forma de ser. Muestra “piedras de cobre” que habitan en las mentes de los tripulantes haciendo que estos cooperen con Solaris -y con su mismo realizador, por supuesto-.
Lo positivo de esta expresión humana de cambiar o tornarse, en muchos casos, contra uno mismo, tiene un cuestionable posicionamiento de intereses que para mi son perennes e intocables. El amor de los personajes -en particular el de Kelvin-, encuentra delirio en la felicidad y felicidad en el delirio. Mientras uno se juzgue firme, verdadero y extremo, la vida se convierte en cómplice haciendo que tal “pérdida de razonamiento” se autoevalúe de la mejor manera posible para así vivir en la tranquilidad que uno busca, ha buscado y seguirá buscando el resto de su vida. Y llegar un día, como dice George Harrison, a la abstención del libre nacimiento para así, y esto lo digo yo, no sufrir más en vidas futuras. (Concepción oriental.)
n cuanto al negativismo, sería más que obvio nombrar a Solaris como el responsable, incursionando en la vida humana, reflejándose y obteniendo de las raíces racionales mentiras y comportamientos animales que el ser humano, a pesar de todos los avances tecnológicos y desarrollos científicos, no puede controlar.
El autoconvencimiento de que la vida libre está en la reflexión y pensamiento no suele llegar a otros niveles de entendimiento como el de “acción”. Uno actúa conforme a sus pasiones y a su ignorancia. Solaris, aquel planeta que se convierte en el “otro Dios” de los tripulantes, sin mencionar al Dios religioso, se sumerge en la vulnerabilidad e ignorancia, oprime al más sabio para subyugarlo ante sus mismos miedos y mentiras. La acción se reduce a mera intelectualidad. La experiencia falsa concluye con la primordial situación de veracidad que necesita una persona común y corriente.
Para encontrar una salida, la “acción” debe realizarse. Eso está muy claro en la línea que propone el director. Y esta misma “acción” propone lo negativo que, si ciertamente se esconde y no se muestra, la omisión está ahí. Si no lo vemos, quiere decir que no hay y al no haber, la situación negativa se acentúa. Kris Kelvin no hace nada. Sólo se deja llevar por la corriente. Kelvin representa a la humanidad cautiva de sus propias mentiras.
Todo es dual. El negativismo surge del positivismo. La reacción de Kelvin surge de la no acción de él mismo. La versión de Solaris de Andrei Tarkovski surge del entendimiento contrario al de la mente del creador de la novela de Stanislav Lem.
Sería muy complaciente si tan sólo nombrara la dualidad de Solaris, pero he tenido que desmembrar, por cada una de sus ramas, las diferentes visiones, herramientas, sentimientos y propuestas para entender una obra maestra desde la superficialidad de la etérea e impalpable crítica simbólica que he podido mantener al ver y sentir una clase maestra de cine.
Paco Pulido Spelucin

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EL ESPEJO (1975)

SU CICLO YA PASÓ
El Espejo

¿Tiene el cine de Tarkovski alguna relevancia en la actualidad? Trataré de responder esta pregunta de la manera más sincera posible.

Personalmente, pienso que el cine de Andrei Tarkovski ya cumplió un ciclo. Han pasado veinte años desde su muerte y en el mundo han aparecido muchísimas obras desde entonces que han explorado ya otros caminos. Desde luego, que un autor cumpla un ciclo no significa que haya sido superado por la historia. Por ejemplo: aunque ya cumplió un ciclo, Jesús no ha sido superado.

Manipular la vida

Cuando el cine de Tarkovski llegó a mí, me transformó la manera de concebir todo un arte, el cine en cuestión. El poder que tiene de mostrar lo más natural de la vida en sus encuadres resultó algo completamente diferente a lo que había visto antes. Me refiero a esa manera de resucitar ese pequeño lado geólogo que aún conservaba para explorar la tierra, los árboles, el viento, el fuego… Su universo es esa fijación con los elementos, y a la vez con la oscuridad y con los sonidos.

Porque no es solamente enfocar los elementos, desde luego. Tarkovski es un cineasta de imágenes, pero también de sonidos. Varios cineastas han retomado la importancia del sonido y en el cine de Tarkovski se viven esos ruidos, goteos, golpes y las voces en off.

Basta mirar lo mucho que trabaja el tiempo manipulando el espacio. Todo es manipulación: con los colores, con los objetos cotidianos, con los actores. Esa escena en El Espejo del inicio, con la madre mirando el campo, esa escena está muy bien, y funciona porque la actriz no sabe qué es lo que pasará con su personaje. Esa manera de trabajar con los actores fue un sacudimiento.

La psicología

El Espejo no tiene una narrativa usual, eso ya lo saben todos. ¿Qué busca Tarkovski? Quiere que, al ver su película, se activen sensaciones que transporten psicológicamente al espectador de manera imperceptible, casi adormecidamente. Esto no quiere decir que trabajara para el espectador, para un público, sino para la sensibilidad de algún espectador, lo que es muy diferente.

Lógico, le pones El Espejo a un chico común y corriente que come helados en Bembos, que va a Larcomar y que escucha RBD, y se va a dormir. En serio, no es un prejuicio. Pero si le pones El Espejo a un ser sensible, le va a gustar.

El Espejo juega con las emociones, está llena de sueños autobiográficos, y más que eso, alucinaciones mismas. Es la infancia de Tarkovski, infancia muy parecida a la de muchos seres humanos. Cuando eres adolescente y ves esta película, te gusta por instinto. Los recuerdos aparecen debido a pequeños detalles (el cine es detalles): la madre de los setenta, delgada, medio rubia, el niño en el suelo, el parqué de madera, la luz entre las puertas, el niño vagando por la casa –porque no había televisión entonces-. Esa atmósfera me toca y si algo me ha influenciado mucho es la relación entre madre e hijo. O madre e hija, en mi caso.

Mis críticas

Es cierto. Tarkovski rompe cualquier regla cinematográfica en el relato, destruye el eje a su antojo, y si tú eres un chico de quince que te pones a ver a Tarkovski luego de ver Rocky, quedarás abrumado. Pero igual se cumplirá un ciclo.

Aparte Tarkovski era un burgués. Si está rodeado de pinturas, referencias artísticas, etcétera, es porque su padre era poeta y él mismo estaba metido en los círculos intelectuales. Además, he mencionado su fijación con el agua, el fuego, la oscuridad, los sonidos… todo un universo que aparece no solamente en El Espejo, sino en Stalker y en el resto de obras. Eso lo hace un director personal, pero se vuelve repetitivo y eso ya no es tan genial.

No voy a negar que ha brindado percepciones singulares y nuevas, pero tampoco es la genialidad del cine. Su exquisita forma de narrar y de componer, de planificar la toma, de mover la cámara, permite que, a veces, te quedes extasiado con la forma y te olvides del drama de los personajes y eso no está del todo bien, porque el contenido se pierde.

Por momentos, en El Espejo, la actuación es teatral. A la actriz que hace de madre y esposa en la película, por momentos se le ve fingida. Quizás por lo mismo que es tan preocupado con el movimiento de cámara, por momentos se le va la dirección de actores. Claro, estamos en los setentas. Tarkovski en su generación ha sido bueno, pero si tú lo ves ahora ya empiezas a leerlo con facilidad. Bergman también es teatral, pero lo siento más real. Los personajes de Bresson eran más simples y no tenían toda esta espiritualidad.

Y la música en él me resultaba tan espiritual, me inspiró mucho… Pero todo fue lindo en su momento. Como decía, ahora ya hay otros cineastas que han encontrado nuevas maneras de expresarse y, por lo mismo, nuevas preguntas.

No imitarlo

Quizá exista un legado con otras personas, pero en mi caso no podría siquiera intentarlo. Ves una escena de El Espejo, ves cómo se cae la cuchara, por ejemplo…. En mi cine no caerían cucharas sino toallas higiénicas…. En serio, esas son cosas subjetivas que solamente él, Andrei Tarkovski, cineasta personal, podría hacer. No me puedo comparar a él. No puedo aspirar a ser él. La persona que quiere compararse a él, o a otros cineastas como Bresson, por ejemplo, va por mal camino, porque no vas a poder hacer nunca lo que él ha hecho. ¡Eso se le ocurrió a él! Esos movimientos oníricos de cámara son de Tarkovski, es lo que siente en su cabeza, es él mismo. Él siente que la cabeza se debe mojar así, que la botella caiga así, que las paredes tiemblen así. Tú puedes empaparte de sus imágenes y a partir de ahí hacer cosas diferentes. Y punto. Pero no puedes alucinar que filmarás las cosas como Tarkovski, hay que pisar tierra.

Tarkovski en el Perú

Vamos, es una broma. Nosotros no hemos vivido ni la primera ni la segunda guerra mundial. En nuestra historia no hay revolución rusa (ni revolución de ningún tipo). ¿Acá qué hubo? A la justas Odría, ¿qué más? Los únicos presos que tuvimos eran presos políticos. ¿Qué había? ¿Los apristas, Chabuca Granda? Las heridas reales, las verdaderas batallas no ocurrieron en el Perú, sino en Argentina y Chile.

¿A qué voy con esto? Un artista es fruto de su cultura. Cuando ves El Espejo puedes emocionarte con los comportamientos universales, como es el caso de la separación familiar, los vaivenes de los niños… Pero el cine de Tarkovski es Rusia, su historia hablando, es otra cultura. En nuestro país no podrá salir algo así. Lo único que nos ha marcado ha sido el tema del terrorismo, pero en provincias, no en Lima. Acá el miedo era el apagón, el toque de queda, y yo era niña, no lo recuerdo mucho. Pero esa generación que ahora debe estar encima de los cuarenta, ¿qué ha dicho al respecto? ¿Alguien tiene una herida de ese tipo? Nadie tiene ese apasionamiento, lamentablemente.

Gisella Barthé

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